viernes, 29 de julio de 2011

Hermosa herramienta interactiva que permite ver la transformación del mundo a través de un Atlas Histórico Mundial Interactivo desde 3000 a.C. hasta nuestros días



http://geacron.com/home-es/?lang=es&sid=GeaCron594193

jueves, 28 de julio de 2011

Sugerencia de novela que incluye varios tópicos que cualquiera puede estar pasando ahora mismo...





Carlos Maceda pide a sus dos mejores amigos, Santiago Álvarez y Marta Timoner, dinero para sufragar la crisis de su pequeña empresa de electrónica. Ellos aceptan dejárselo y, a partir de ese momento, las decisiones de sus vidas quedan a la intemperie, como si el acto de prestar y recibir dinero les hubiera dejado expuestos a la mirada de las personas próximas, maridos, novias, esposas, socios, empleados, amigos, expuestos a la mirada del narrador.
Los personajes de La conquista del aire crecieron oyendo hablar de instituciones –amistad, bien, justicia social– que ya eran sólo el eco de sí mismas, restos de coordenadas que estaban disipándose; también la práctica del diálogo o de la lectura en las que se formaron tornaban a perder su lugar con el cambio de siglo. Cabe imaginar la suya como la historia de unos individuos conocedores del valor de ciertos fines que, al alcanzar la edad adulta, encontraron un mundo donde no podía darse la responsabilidad del hombre y la mujer sobre sus signos, un mundo sin autonomía, a merced, por así decirlo, de las órdenes implícitas en los procesadores de textos. Y entonces quizá intentaran conquistar ellos el pulso, la capacidad de darse normas y actuar al margen de las normas de su grupo social, aunque tal vez intentarlo en solitario fuera como llenarse las manos de aire, como hacer castillos en el aire, como querer vivir del aire. El aire, sin embargo, era lo que tenían para respirar.
Gopegui hizo un deslumbrante debut a principios de los 90 con La escala de los mapas, tan celebrada por críticos y lectores. La conquista del aire (en la que se basó la película Las razones de mis amigos), una novela ambiciosa y lograda, supera las muchas expectativas que se depositaron en ella.

lunes, 25 de julio de 2011

Sobre las revoluciones en Bolivia




El artículo de opinión de los señores Diego Ayo y Javier Palza titulado “Las revoluciones y Bolivia[i] bien podría unirse a la muy sensata opinión del señor Fernando Molina[ii] publicado por este diario en fecha 15 de julio de los corrientes.

Los primeros autores aludidos componen su trabajo reflexionando sobre una alternativa de revolución a la que vivimos en nuestros días; decía que puede unirse al artículo del señor Molina porque a grandes rasgos una de sus principales preocupaciones es la carencia de institucionalidad en el sistema político boliviano.

Los puntos por los cuales transitan los señores Ayo y Palza son dignos de una introducción a un manual de implementación revolucionaria en un Estado ideal, sostengo esta afirmación de manera cordial pero tajante al mismo tiempo; ya que los resultados hasta ahora de nuestro sistema político no nos permiten vislumbrar ni siquiera que las nuestras élites políticas tomen en serio este tema; una prueba para confirmar este comentario es la trayectoria política predominante de los miembros del Poder Legislativo en nuestro país, ¿cómo estuvo y está compuesto el Congreso Nacional?, la respuesta es: mayoritariamente con perfil de abogados y miembros extraídos de las estructuras de los partidos respectivos; no existe presencia significativa de miembros que provengan de ramas “productivas” como economía, administración de empresas, etc. (en otro momento prometo presentar con detalle estas aseveraciones ya que forman parte de una investigación más grande).

Cuando hablo de estos perfiles de las élites me refiero a la composición del Congreso desde 1985 hasta 2009; a lo largo de todo este tiempo nos tropezamos con que no había sido casual que en Bolivia en el periodo “neoliberal” y el inicio del “socialismo comunitario” NO se hubiera instalado un debate serio sobre la matriz productiva del país; el debate siempre giró con predominancia en torno a temas políticos, y los pocos temas económicos que se trataron siempre estuvieron impregnados de demandas rentistas para sacar el mayor provecho posible, dejando huérfana a la Bolivia productiva.

A propósito de estos temas políticos actuales, dice el politólogo Peter Smith[iii] que esta ola democrática actual en nuestro continente, se caracteriza por ser una democracia iliberal, donde existen elecciones con todas las de la ley (libres, secretas, competitivas), pero que paralelamente a esto se suprimen derechos ciudadanos ¿Estará tan lejos de nuestra realidad esta tesis?, ¿Comparte Vd. amable lector mi sospecha de que los artículos mencionados y el presente correrán una suerte poco satisfactoria en la agenda pública?, ¿Podrán estas reflexiones llegar más allá de la novela televisiva de preferencia actual?, ¿Será posible dejar de pensar un día en que para hacer una compra, gestión burocrática, pago de multa, etc. no se debe si quiera pensar en guiñar el ojo y levantar la mano izquierda con un billete de acuerdo a las circunstancias?.


Una versión resumida de este artículo fue publicado en el periódico Página Siete de Bolivia, 24 de julio de 2011, suplemento IDEAS, página 7. 

NOTAS:


[i] Página Siete, IDEAS, 17 de julio de 2011, página 7.
[ii] “¿Por qué perdemos en todo?”
[iii] La Democracia en América Latina, 2009, Universidad de Alcalá.

lunes, 18 de julio de 2011

Vilfredo Pareto le escribe a Evo Morales




En sintonía con mis dos anteriores colegas, pero más cercano en términos generacionales a G. Mosca; me gustaría iniciar mi intervención epistolar comentándole que soy un convencido de que todas las personas llevan como característica inherente la competencia por el monopolio del poder; si me lo permite, en contraposición con sus intervenciones públicas, establezco que este monopolio no es ejercido por parte de grandes conglomerados sociales, incluso si se trata de un movimiento político con una ingente cantidad de adeptos, al final las decisiones las toman un pequeño y reducido grupo de personas, más conocidas como élites.

Digo élites en plural porque reconozco que toda sociedad no puede ser homogénea, porque los hombres son diferentes, psíquica, moral, e intelectualmente, y la unión de unos individuos desiguales, aunque con tendencia a querer parecer semejantes tiene que dar origen, forzosamente, a la aparición de distintas minorías formadas por hombres con diferentes cualidades.

Sin embargo en su descargo debo confesarle que Vd. no es completamente el responsable de que exista o haya existido una secuencia de gobernantes de tan variada clase en su país, ya lo declaré en su momento[i]: los individuos que NO forman parte de la élite en sistemas democráticos competitivos tienen la responsabilidad de buscar en lo posible a la mejor de las élites en competencia.

Uno de mis argumentos más discutidos hasta ahora por académicos sociales se refiere a mi teoría de la circulación de las élites; no es mi intención aburrirle con planteamientos pesados y hasta quizás un tanto ajenos a su realidad, tal cual se empeña en reiterar Vd. en sus discursos anti-colonialistas. Sin embargo, ahora si en mi descargo, pienso que lo que planteé en su momento cobra mayor vigencia en su medio social en estos momentos.

Retornando lo que mencionaba sobre el cambio (circulación) de las élites, es un movimiento siempre presente en todas las sociedades, en las que tarde o temprano aunque estén gobernadas  por tiranos o dictadores sanguinarios, al final llega a realizarse este cambio; este fenómeno de las nuevas élites, que, por medio de un movimiento incesante de circulación, surgen en las capas inferiores de la sociedad, ascienden a las capas superiores, se desarrollan allí y, después, entran en decadencia, son aniquiladas y desaparecen, es uno de los fenómenos principales de la historia, y es indispensable tenerlo en cuenta para comprender los grandes movimientos sociales.

Dentro de la masa se forma a lo largo del tiempo un grupo cada vez más numeroso de individuos, ya que se ve impedido a acceder a las capas superiores de la población. Puesto que son leones, dispuestos ante todo a utilizar la fuerza para lograr sus objetivos, llega inevitablemente un momento en que derrocan a la antigua élite, normalmente con la ayuda de la masa (tal cual estrategia política utilizada por Vd.).

Pero, inmediatamente se convierten en una nueva élite que monopoliza el poder político y sus recursos y que deja de contar con la masa de la que antes había formado parte. El inicio del declive de esta, de su envejecimiento, se produce en el momento en que dejan de ser meras élites, y se convierten en aristocracias, es decir, cuando comienza a funcionar el mecanismo de la herencia; por lo que le sugiero que si en verdad tiene un proyecto político de largo plazo acorde a las necesidades de su masa no sucumba ante los comentarios ladinos de sus coterráneos más cercanos de que Vd. es el único e irremplazable, o que el líder que lo sustituya está recién en periodo de gestación (como desgraciadamente lo dice  por ejemplo en reiteradas ocasiones su mano derecha en su gobierno) porque esto representará a la postre su máximo derrotero en el corto o mediano plazo; no hay que olvidar que la historia es un cementerio de aristocracias.

Esperando que esta escueta misiva con sus criterios expuestos le haya servido de algo a Vd. o a cualquier curioso atento a recibir opiniones alternativas de cómo se entiende ese fenómeno del poder, me despido no sin antes comentarle que la siguiente misiva será un exordio de tres personas sumamente interesantes sobre este mismo tema, me refiero a Robert Dahl, Thomas Bottomore y Peter Bachrach.


Una versión re-editada fue publicada en el periódico boliviano Página Siete, suplemento IDEAS, 14 de agosto de 2011: 

http://paginasiete.info/web/ideas.aspx?seccion=ideas&fecha=20110815 



[i] Por si se siente tentado a profundizar en sus lecturas sobre este tema le sugiero un par de textos míos que fueron parcialmente traducidos al español: “Escritos sociológicos” y “Forma y equilibrio sociales”.


viernes, 15 de julio de 2011

Una muy sensata reflexión de Fernando Molina sobre la realidad en Bolivia: "¿Por qué perdemos en todo?"



¿Por qué perdemos catastróficamente en todas las competencias, sean éstas económicas, deportivas o intelectuales, como acaba de ocurrir por enésima vez en la Copa América?

Porque no creemos en las instituciones.

Esta nuestra filosofía anti-institucional es buena para andar por casa, pero se revela dramáticamente estúpida cuando se prueba en un lance internacional cualquiera. Lo comprobamos, lo sufrimos y, sin embargo, nunca aprendemos. ¿Por qué? Porque no se trata de una elección racional, que se haya tomado en virtud de un cálculo de costos y beneficios, sino de una creencia firmemente afincada en la profundidad de las emociones colectivas: es una fe.

¿Por qué perdemos, entonces? Porque profesamos la fe equivocada. Nuestros “dioses” son los hombres providenciales, las medidas revolucionarias, las leyes constituyentes; y en cambio la construcción institucional, el trabajo duro y constante, el estudio serio, nos importan exactamente un pito.

Póngase el lector a pensar ¿qué hemos hecho por las instituciones del deporte, la ciencia o el progreso técnico en los últimos diez años de revolución, guerras del agua y del gas, referendos, autonomías, empates catastróficos, constituciones, amor y odio hacia Chile, etcétera? ¿Qué hemos hecho por diversificar la economía (excepto inventar el concepto de “economía plural”, genial aporte a la humanidad)? ¿Qué hemos hecho para mejorar la educación (además de aprobar una ley, claro)?

¿En qué hemos avanzado en cualquier terreno de competencia internacional; en qué estamos hoy en mejores condiciones que los países sudamericanos, nuestros vecinos? ¿En qué hemos usado nuestro tiempo, por Dios?

Díganme una sola cosa y me callo. O, mejor, díganme qué premio podríamos obtener con dirigentes que se pelean por izar la bandera en alguna de nuestras numerosas y amadas fiestas conmemorativas. O con dirigentes que se la pasan de inauguración en desfile, y de piedra fundamental en entrega de diplomas, y de avión en barco, y de tren en bus, sin que nunca se sepa cuándo es que se ocupan de cuidar las instituciones que tienen a su cargo.

Porque las instituciones son como las plantas. Requieren de celo, cariño y constancia. No surgen de la noche a la mañana. Se marchitan en un tris tras. No aguantan cambios abruptos, sacudidas extremas, caprichosos métodos de jardinería, como los que a los bolivianos nos encantan.

Y digo “encantan” con toda premeditación. Porque se trata de un hechizo, justamente. Los bolivianos estamos hipnotizados y hasta catatónicos por los abanderados y su disputa de mástiles, por los inauguradores de carreteras, por los doctorcitos altoperuanos y sus aportaciones a la teoría política mundial. A falta de pan, ellos nos dan circo. Y son bienvenidos, porque nos permiten eludir nuestra responsabilidad por el hecho indudable de que no ganamos en nada, casi nunca, en ninguna parte.

Pero no son ninguna solución. Por ejemplo, no pueden decirnos cómo evitar que nuestros trabajadores más creativos migren lejos, porque lejos les va mejor; o que nuestros enfermos adinerados se vayan a curar a Chile o Estados Unidos, porque los médicos bolivianos no pueden compararse con los de afuera, o que'

Los fantásticos conceptos en que somos prolíficos (hoy como ayer), los hallazgos sociológicos que los diplomáticos extranjeros aplauden al mismo tiempo que reprimen un bostezo, no “funcionan” en la vida real, implacable pista de carreras en la cual ganan aquellos que logran la excelencia. Y no hay forma de lograr la excelencia con lata simbólica, conceptos novedosos o bellos discursos.

Una ley no va a lograr que nuestros chicos lean mejor que los niños (pobres) de los países vecinos.

Una Constitución no hará que los niños indígenas que viven a lado de las carreteras dejen de pedir limosna de rodillas ante los carros que pasan.

Si usted quiere, lector, puede echarle la culpa a la economía. La pobreza tiene que ver, claro; la debilidad demográfica también; pero hay países tan pobres como el nuestro y con menos habitantes, como Paraguay, que en cambio no pierden siempre e incluso logran destacarse en esto o aquello.

Si usted quiere, lector, puede echarle la culpa al neoliberalismo, que nos desposeyó. O al nacionalismo, que cortó la inversión. O al indigenismo, que puso personas sin título universitario a cargo de las reparticiones estatales. Todo es vano. Otros países han tenido neoliberalismo, nacionalismo e inclusión social, pero con instituciones. En cambio nosotros hacemos todo sin ellas.

La verdadera causa, entonces, no es de índole económica ni reside en el modelo político. Está en la mente de todos y cada uno. Y allí es donde tenemos que vencerla, si queremos algún día dejar de ser unos perdedores.


Fernando Molina es periodista y escritor.
Publicado en el Periódico Página Siete de Bolivia, 15 de julio de 2011.

lunes, 11 de julio de 2011

Novela política-policiaca sugerida: MATEN AL PRESIDENTE


¡Maten al Presidente! / Novela
Miguel Almeyda
Editorial Casatomada
Serie 9 mm.
112 pág.
Precio: S/.25
Doc Moran era un hombre feliz hasta que la traición y el destino jugaron en su contra. Durante años ha ido tejiendo milimétricamente su venganza, planeando cada detalle, disfrutando cada escena. El sicario tiene entonces tres encargos que cumplir, y cada uno de sus objetivos tiene una marca en común: el castigo.
Maten al presidente es un policial trepidante y lleno de acción que mantiene el suspenso línea a línea. Almeyda ha escrito no solo una buena novela negra, sino que ha retratado en cada una de sus páginas a una Lima convulsionada por la violencia y la corrupción que campeó durante la década del 90 y que ha llegado hasta nuestros días.
Una bala para cada traidor. Un castigo para terminar de cerrar una herida. Una historia que le puede suceder a cualquiera. Una novela que le gustará al 51,27% de la población.

lunes, 4 de julio de 2011

"Indigenofilia y autonomía" de Iván Arias D.







(Publicado en el periódico Pagina Siete. 04/07/2011)

¿Por qué el campesino cuando sale de su comunidad y se va a cualquiera de las grandes ciudades se apodera y prospera en las redes del transporte y del comercio? ¿Por qué la mayoría de los collas cuando van al oriente o Chaco prospera?

La respuesta más común explica que en estos lugares el indígena encuentra mayores y mejores oportunidades. Otra señala que las condiciones agrestes en que nacen y crecen los altiplánicos los hacen personas muy apegadas al trabajo duro y sacrificado, distinto al del habitante local.

Los antropólogos arguyen que la clave del éxito del campesino es que en su seno lleva la fuerza telúrica de la comunidad y la fortaleza de su raza de bronce. Y así siguen las explicaciones sin que ninguna de ellas se atreva a desenmascarar la verdadera razón. ¿Por qué?

Debido al despiadado proceso de colonización, el espíritu de Bartolomé de las Casas y de los jesuitas se ha apoderado en la explicación de la situación del indio conquistado y hasta nuestros días. Ese espíritu se patentiza en la acción sobreprotectora al indio, paternal, civilizatoria y reinstauradora de la idea cristiana del paraíso donde no hay desigualdades, no existe el pecado y la armonía entre hermanos y hermanas es una forma de vida porque se ha desterrado la propiedad individual que llevó a que por su culpa, en el génesis, Adan y Eva pecaran destruyendo la comunidad celestial en la Tierra.

Para reemplazar este pecado original, los religiosos de la conquista “descubren” en sus reducciones proteccionistas la posibilidad de reinventar el paraíso a partir de la creación de la comunidad indígena como el nuevo paradigma de la obra de Dios en la Tierra. Bajo este paraguas, con el pasar de los años y siglos, es que surgieron los indigenistas: misioneros entregados a la protección de los indígenas y su comunidad contra los embates del mundo exterior excluyente, racista, explotador, individualista y egoísta.

Los indigenistas en sus más variadas expresiones influyeron en la elaboración y aplicación de políticas públicas a favor (¿en contra?) de los indios. En el caso boliviano los indigenistas de ayer, devenidos hoy en indigenófilos (amantes de la indigencia, de la pobreza) han determinado mediante la Ley 3545 que “todas las tierras fiscales disponibles declaradas hasta la fecha y las que sean declaradas como tales a la conclusión de los procesos de saneamiento, serán destinadas exclusivamente a la dotación a favor de pueblos y comunidades indígenas, campesinas y originarias” y (CPE, art. 394) “la propiedad colectiva se declara indivisible, imprescriptible, inembargable, inalienable e irreversible y no está sujeta al pago de impuestos”.

Así, aparte de excluir a que cualquier boliviano pueda solicitar la adjudicación de una pequeña propiedad, el Gobierno, que dice defender al indio, paradójicamente le niega a éste el derecho a ser propietario: lo esclaviza a la idea de la comunidad que “funciona” en la cabeza de los antropólogos, pero no en la economía real.

El campesino migrante, aparte de otras razones, progresa en las ciudades y en el oriente, porque pasa de ser objeto comunal (motivo de protección externa, víctima de la cosificación cultural y subvaloración) a ser sujeto económico individual/familiar que se convierte en ciudadano libre, propietario, hacedor de empresa, que arriesga, invierte y genera riqueza individual transable.

La deformación indigenófila abre las puertas para que los que protegemos a los indígenas sigamos llenando nuestras arcas a su nombre y eternicemos su pobreza como base originaria y constante de nuestra riqueza. Con este espíritu, el erradicar la pobreza de las poblaciones rurales siempre será un lindo discurso que victimiza y confina al indígena a ser un habitante de segunda, pues, al obstruírsele la posibilidad de ser propietario individual, lo deprecia ante aquellos k’aras que siendo propietarios individuales pueden vender, hipotecar y dividir su finca, mientras el indígena sólo puede aprovechar-usufructuar la tierra en el marco de la sobrevivencia comunitaria; se le castra el empoderamiento legal como propietario individual/familiar/empresarial.

De esta manera la tan mentada autonomía Indígena Originaria Campesina (IOC) es una entelequia mental que no funciona ni como autonomía política ni económica. ¿Qué autonomía IOC funciona? ¿Son hoy los IOC más autónomos económicamente?

Iván Arias Durán

Ciudadano de la República de Bolivia. Columnistas.net