sábado, 28 de abril de 2012

Yo estuve en la universidad pública

                                         Pintura: Incertidumbre de Armando Pacheco, 
                                                       estudió arquitectura en la UMSA




De entrada debo confesar que me encuentro indignado y decepcionado por las declaraciones del Presidente Morales acerca de la universidad boliviana (Página Siete 26/04/2012), palabras que desde mi punto de vista caen en dos terribles defectos: la generalización y el menosprecio por la cultura.

La generalización, es evidente que este tópico es peligroso en cualquier campo en el que quiera aplicarse, por la misma regla que formuló el Presidente Evo de que docentes y rectores enseñan a golpear campesinos y apedrear sedes sindicales; uno podría verse tentado en decir que los cocaleros son narcotraficantes o que los bailarines del gran poder son todos unos borrachos. Si algo pude ver en mis años de universitario de grado en Bolivia es que la casa superior de estudios es un perfecto laboratorio donde se materializa la realidad de nuestro país en perspectiva micro; baste recordar por ejemplo cómo algunos docentes se emplean al máximo por conseguir apoyo de dirigentes estudiantiles y de universitarios ofreciendo fiestas, viajes, y parrilladas a diestra y siniestra, lo que me recuerda ciertas actitudes que mantienen algunas altas autoridades gubernamentales mediante el uso excesivo de clientelismo político; pero no por eso sería justo decir que todos los docentes son unos vagos y todos los gobernantes unos pícaros ¿no?.

El menosprecio por la cultura, no hay duda que no existe otro espacio más adecuado en el que se genere la alta cultura y las ideas que contribuyen al desarrollo de un país que en la universidad, puede ser que la noción de cultura se encuentra restringida al ámbito de las tradiciones en la mente del Presidente, pero alguien debería decirle que si no fuera por el sistema educativo superior se habría quedado huérfano en el manejo de la gestión pública; más allá de manifestar públicamente su satisfacción por no haber asistido a la universidad, recuerdo cómo semanas antes de asumir el mando de la nación en 2006 él mismo asistía a clases de macroeconomía dictadas por el actual Presidente de YPFB, ergo: eh ahí la contradicción su excelencia. En perspectiva general tampoco se debería olvidar que ese sistema universitario perfectible de perfección parió gente que aportó a la alta cultura boliviana como Marcelo Quiroga, René Zabaleta, Carlos Montenegro, Oscar Alfaro, Jaime Sáenz y muchos otros más.

En esta etapa de mi vida en la que me encuentro trabajando por escalar una posición más en el mundo de la academia, lo único que me queda por decir al margen de este disgusto personal por las desafortunadas palabras de la máxima autoridad que representa mi país es que no imagino mi vida y el surgimiento de mi pueblo sin la educación superior. Por lo que yo sí que me alegro profundamente de haber tenido la posibilidad de estudiar en una universidad pública de Bolivia.

viernes, 13 de abril de 2012

Mi padre, última tarde... dedicado a Salvador Romero Pittari. Por: Savador Romero Ballivián.


                                                         Fotografía tomada del periódico La Razón.


La casualidad, si tal diosa existe, quiso que aterrizase en La Paz apenas unas horas antes que se desplomase y muriese en mis brazos. Murió como vivió: en paz, con tranquilidad, sin cuentas pendientes, en medio de una conversación familiar, sentado en su sillón, en su propia casa.

Mi padre. Se paseó por las altas cumbres del poder: secretario privado del vicepresidente Luís A. Siles, ministro de la presidencia de Lydia Gueiler, embajador ante la UNESCO, fundador y vicerrector de la Universidad Católica Boliviana, decano de la Facultad de ciencias sociales de la Universidad Mayor de San Andrés, director de FLACSO – Bolivia, miembro de la Academia de Ciencias y de la de Historia. Las visitó, ejerció cada responsabilidad con escrúpulo, dedicación y sentido del interés general, y descendió de ellas con la serenidad que le daba no haber solicitado esas funciones ni esos honores. Se los ofrecieron sentado delante de su escritorio y no en el cabildeo de pasillos. Seguro por ese motivo, independientemente de los cargos, se lo podía ver cada día recorrer a pie las tres cuadras desde la casa hasta la esquina de la avenida para tomar un minibús, el transporte más barato de la ciudad de La Paz, que convertía en un incómodo salón de lectura y en un delicioso observatorio de microsociología urbana, cuyas conclusiones libraba en sus artículos quincenales de periódico o en los almuerzos familiares en la terraza del jardín. Por supuesto, jamás le faltaba la ironía y a la pregunta de por qué no aprendió a manejar, respondía que en su juventud pensó que ejercería labores que incluirían un auto con chófer.  

Esos títulos nunca lo alejaron de su verdadera y más profunda vocación: la cátedra y, por extensión, la enseñanza  en todas sus dimensiones. Profesor en el alma, durante casi medio siglo le encantó pararse en un aula delante de alumnos. Se exigía al máximo: leía y releía a los fundadores de la sociología, frecuentaba a los clásicos del siglo XX, con una admiración especial por su maestro Touraine, y siempre curioseaba las novedades, con igual soltura en francés o inglés que en español. También exigía a sus estudiantes y solía ser estricto en las calificaciones.

Pero esquivaba confinarse en una disciplina: lector insaciable y bibliófilo, aprovechaba los insomnios que –sospecho- él mismo se infligía pretextando alguna falsa preocupación, para así leer, bajo la tenue luz de una lámpara, sentado en el más cómodo sillón de la biblioteca, en horarios inverosímiles, novelas, ensayos, historia, filosofía, antropología y un etcétera que cubría la gama de las ciencias humanas y sociales. Libros elegantes, nuevos, de segunda mano, de librerías de viejo y uno que otro pirata: los disfrutaba todos. Igual de imborrable será recordarlo, con aire concentrado, bolígrafo en mano, escribiendo en papel borrador, con una letra incomprensible y decenas de anotaciones en los márgenes, o recogiendo los infaltables lentes sobre el pelo para releer y empezar la minuciosa corrección, con el diccionario a mano, señal de respeto por la riqueza y los matices de la lengua del permanente aprendiz que fue hasta el final.

A fuerza, su cultura se extendía hasta contornos enciclopédicos pero no la  acumulaba con espíritu avaro, menos con mentalidad pedante. Al contrario, le encantaba compartir conocimientos y análisis, datos y reflexiones y, en última instancia, su tiempo. Lo mismo se sentaba con cualquier estudiante en la cafetería universitaria y en tono ameno podía terminar dando una clase particular de un par de horas que explicaba con pasión a sus amigos los detalles más exquisitos de sus aficiones. Armó una colección de relojes decimonónicos franceses, de caprichoso funcionamiento, que con paciencia aprendió a dominar al punto que podía recuperar en los mercados de pulgas aquellos dados por inservibles. Justificaba las compras diciendo que para arreglar el primero invirtió tanto esfuerzo que quedarse con apenas uno, era desperdiciar el saber que adquirió. A veces, culpaba a este desborde pedagógico de cualquier ocasión de sufrir robos de ideas: por más que escribió en permanencia, producía muchísimas más ideas de las que lograba plasmar en artículos o libros.

Es que le encantaba el arte de la conversación. Eso alcanzaba la afición por el debate. Jamás rehuía uno. Movilizaba talento, inteligencia y lógica, y a veces un toque de terquedad, para convencer sobre la justeza de sus puntos de vista. Podía debatir en cualquier mesa, con amigos y con colegas, o ingresar en las polémicas nacionales a través de sus artículos. Si algo despreciaba, era que los argumentos descalificasen a las personas en lugar de refutar las ideas: para ser tal, la victoria requería ceñirse a las reglas del juego limpio.

Asumía las implicaciones del debate: diálogo, tolerancia, pluralismo, construcción de un espacio público incluyente. Por eso fue un demócrata a carta cabal, refractario a los autoritarismos y totalitarismos de cualquier signo. Si se le pedía situarse en el escenario político, se colocaba en el centro izquierda, con facilidad y a la vez sin dogmatismos o pensamientos estereotipados, escéptico ante cualquier gran utopía pues las vías moderadas y progresivas eran las suyas. Los escenarios polarizados lo encontraban a contrapié. En los setenta, mientras en la derecha lo sospechaban de “rojo” por su oposición a los gobiernos militares, en la universidad, los marxistas presionaban para retirarlo por enseñar a autores tan reaccionarios como Durkheim y Weber, y centrar sus primeras investigaciones en el movimiento campesino, una clase social condenada por la Historia.

Se acercaba a los 74 años, pero sin duda esa fecha le representaba menos que los 45 años de matrimonio que venía de cumplir, en los cuales cultivó una estrechísima complicidad con mi madre, basada en un respeto e igualdad, sobre los cuales nunca le escuché teorizar, pontificar o erigir en modelo, pero que funcionaba cada día. Sin complejos, la acompañó las dos veces que ella fue nombrada embajadora y a él le tocaba desempeñar con ánimo y humor el papel de “embajador consorte”. 

Tal vez por eso, si en su última tarde, a la hora del té que disfrutaba tomar en la cocina, le hubiese preguntado si le quedaba alguna frustración en la vida, es probable que hubiese confesado que sí, una: pese a las múltiples candidaturas que presentó y los denodados esfuerzos que hizo por ingresar, jamás fue aceptado como miembro del exclusivísimo “club Tish”, fundado y organizado por los nietos…

Nota: Estas palabras son reproducidas con el permiso de su autor.

lunes, 9 de abril de 2012

Herbert Klein y su reflexión sobre el actual proceso boliviano*








"El shock de la elección de 2002, seguido de los masivos, violentos y efectivos bloqueos de grupos mestizos e indígenas crearon los antecedentes para la aparición y surgimiento del primer partido político de masas liderado por representantes indígenas y mestizos", así comienza el último capítulo titulado "The emergence of a mestizo and indigenous elite (2002-2010)" de la reciente actualización de la conocida obra de Herbert Klein traducida al español en reiteradas ocasiones.

Para H. Klein, la nueva realidad política previa al ascenso de Evo Morales al poder estuvo estructurada bajo tensiones entre los dirigentes indígenas militantes en los departamentos de La Paz y Cochabamba, con las regiones periféricas ricas en gas, petróleo y explotaciones agrícolas controladas por grupos no indígenas, de los que tenemos conocimiento.

Sin embargo, este proceso de surgimiento y consolidación del movimiento político masista no ocurrió por espontaneidad o por planificación de un grupo de iluminados ideólogos, Klein invita a reflexionar acerca del origen de este profundo cambio político como un resultado de la revolución de 1952; la argumentación de esta tesis viene dada por dos actos centrales: la reforma agraria y el voto universal.

Por un lado, la reforma agraria, posibilitó en el caso del área andina (espacio donde se implemento con mayor fuerza la reconversión de tierras) el cambio de una tradicional élite rural blanca, por una nueva clase mestiza; es decir,  indígenas "quienes entraron en el mercado de trabajo, adoptaron las normas urbanas, el bilingüismo, y que se movieron de pequeñas ciudades a ciudades más grandes, de esta forma los mestizos a día de hoy se convirtieron en los intermediarios entre el mundo rural y el metropolitano en Bolivia" (2011: 266).

Del otro lado, la otra medida crucial fue el voto universal, que en el mundo indígena posibilitó a su población ejercer la libertad de voto eliminando los requisitos de alfabetismo antes vigentes; los resultados son claros: de tener una población votante de 126.000 en 1951, se dio un salto a 955.000 en 1956, extendiéndose hasta1,3 millones de votantes en la elección de 1964. Aunque a las masas indígenas les tomaría un tiempo encontrar una voz política independiente, todos los gobiernos sucesivos, ya sean militares o civiles requerían hacer algún gesto para satisfacer sus demandas de escuelas, vivienda, electricidad, sanidad, y ayuda económica.

Adicionalmente, otro dato crucial para entender la actual coyuntura política por la que se mueve Evo Morales, se encuentra en que se dice que este líder es producto político de la Participación Popular, pero se ignora también que todo esto fue posible gracias a una mejora incremental y significativa en el tiempo desde los años 50 del siglo pasado en temas de salud como la esperanza de vida y la mortalidad infantil, en el último caso de tener 97 niños muertos por cada 1.000, se pasa a tener tan solo 11 en el año 2010.

En educación, entre 1950 y 2003 de estar en la posición 30 de nivel de alfabetización en Latinoamérica, Bolivia pasó a ocupar el puesto octavo, demostrando un claro avance en este aspecto (2011:279); otro dato unido al factor educativo se encuentra en la educación y la lengua hablada en relación al español, la cual tiene un efecto significativo en la realidad boliviana como lo demuestran los datos presentados por Klein (2011: 274-280), aquí se evidencia que el español era impartido en las escuelas rurales, un hecho que hizo expandir la población mestiza; por otro lado, lo que se observa también en los datos es una reducción significativa de personas que mantienen una lengua indígena y el español al mismo tiempo, lo que haría trastabillar visiblemente el discurso actual acerca de la "pureza" indígena oficialista.

El mestizaje en Bolivia destruyó el tradicional dominio del poder tradicional de los blancos, el incremento de la esperanza de vida y el incremento en los años de educación de las clases populares ayuda a explicar el porqué y el cómo esta clase participa de manera autónoma como actor en la escena política nacional (2011:285), hay que ver por ejemplo el crecimiento significativo que tiene la ciudad de El Alto en niveles demográficos. Dicho sea de paso que la ciudad de El Alto para H. Klein es un "centro de intensas interacciones entre gente indígena y no-indígena, donde el español se ha convertido en el lenguaje de contacto incluso dentro de su población aymara dominante" (2011: 286).

El escenario en el cual la movilización mestiza emerge y/o se transforma en parte en una nueva generación mestiza con estudios universitarios profesionales que no asume por completo los hábitos de las élites blancas anteriores, se debe entre otras cosas a la integración de las economías regionales con las principales ciudades y la eliminación de las viejas élites hispano-hablantes; el factor de auto-identificarse dentro del mundo indígena por parte de los mestizos se interpreta según H. Klein de la siguiente forma: "aunque los hablantes de una sola lengua indígena disminuyen en el tiempo con la subida en los niveles de educación, la identidad indígena sigue siendo una fuerza poderosa para la movilización política nacional" (2011:286-287).

La pobreza persistente y el parcial incremento de mejora en la vida social en comparación con el Continente tuvo mucho que ver con el contexto de radicalidad del sistema social. Un país que tuvo en "2007 el 88% de su fuerza laboral sin afiliación a un sistema de pensiones, quienes además se encuentran dentro del sector informal de la economía, donde el sector formal de la economía solamente cuenta con el 27% de los bolivianos con NIT" (2011: 289); desnuda una realidad de pobreza y falta de productividad latente en la actualidad.

Todos estos argumentos presentados hasta aquí no tienen otro propósito más que contribuir al debate actual sobre el próximo censo y sobre el actual periodo de gobierno nacional; debate que a menudo suele refugiarse en la tradicional memoria corta histórica que todos pregonamos alguna vez como defecto de nuestra sociedad.

Referencia: Herbert Klein (2011) A Concise History of Bolivia. Second edition. Cambridge: Cambridge University Press.

*Este artículo de opinión fue publicado en el quincenario boliviano Nueva Crónica y Buen Gobierno, 1era quincena de abril de 2012, página 14. Puede consultar la publicación integra en el siguiente link: http://www.institutoprisma.org/






martes, 3 de abril de 2012

La idea que exportamos los bolivianos




Dice Kissinguer en un reciente libro sobre el papel de EEUU y China en el contexto internacional (China, Editorial Debate, 2012): La excepcionalidad estadounidense es propagandista. Mantiene que este país tiene la obligación de difundir sus valores por todo el mundo. La excepcionalidad china es cultural. China no hace proselitismo; no reivindica que sus instituciones tengan validez fuera de China.

Casi de inmediato me viene a la mente la pregunta ¿qué idea es la que exportan nuestras autoridades de Bolivia en la actualidad?, y mientras reflexiono acerca de esto, tropiezo con un artículo de fragmentos de un informe de cierto burócrata internacional traducido por G. Mendieta (Página Siete, 24/03/12). Debo reconocer que más allá de los excesos evidentes a los que se refiere este burócrata de quien se podría esbozar como alguien que no habría pasado más allá de la 21 de San Miguel y quien reconoce que debemos ser tratados con "indulgencia", en otras palabras que hay que seguirnos dando cuerda como a los viejitos o a los locos pero sin tomarnos en serio; sin embargo, las palabras de este funcionario debería también invitarnos a reflexionar acerca de la pregunta de antes y ver en perspectiva  si realmente estaremos haciendo los votos suficientes para ser catalogados como una nación en desarrollo o como una nación en constante desarrollo de la que se tienen bastantes dudas que un día pueda salir de esa categoría. Intentaré argumentar mi opinión al respecto divido en dos puntos:

En lo institucional, si bien no tenemos una de las democracias más "avanzadas", establecidas o tan largamente difundidas como cualquier país del llamado primer mundo; la idea que últimamente exportamos tiene que ver básicamente con excentricidades culinarias (bajo la receta de la papalisa) y con el descrédito de un poder judicial tan importante como columna fundamental de la democracia (véase la cuestionada elección popular del poder judicial y el empleo de usos autoritarios de justicia vecinal recientes sobre todo en la ciudad de El Alto).

En lo cultural, nuestros gobernantes y en algunas oportunidades unos más que otros, nos empeñamos en mostrarnos hacia fuera como un pueblo laaargamente explotado y oprimido ancestralmente, por lo que reivindicamos nuestro derecho de ser asistidos por la comunidad internacional de forma vitalicia, ¿cuándo llegará el día de nuestra emancipación de la dependencia extranjera?; esta comercialización de lo cultural hacia fuera no se limita al ámbito de la victimización; últimamente los ejemplos simbólicos son más fuertes y contundentes en este aspecto, aunque me temo que no para bien como el caso de los chinos.

Resumo, pasamos de tener un presidente autoidentificado como indígena, que viste chompa para recibir a otros dignatarios, que sus decisiones están sujetas en algunas ocasiones en la lectura de las arrugas de nuestros mayores y de lo que se haya soñado la noche anterior, que cuyas declaraciones pueden ser inspiración de publicaciones irónicas, y que además cuyo círculo más cercano se dedica a refugiarse en lo cultural como escudo de sus prácticas autoritarias; fuera del gobierno nacional, si se trata de penosos ejemplos de excentricidad cultural baste recordar al magistrado lector de hojas de coca.

En perspectiva general, ciertamente Bolivia se encuentra atravesando un momento de construcción institucional y cultural; felizmente parece que estamos lejos aún de ejemplos más crudos en los que el recuento de víctimas mortales engrosan estadísticas mundiales; sin embargo, no cabe duda que tampoco somos considerados como un Estado serio en los aspectos mencionados antes, y que la idea que exportamos de Bolivia puede afectar sin duda a nuestras futuras generaciones.